Los poemas de Rosa María Milleiro son un firmamento, con sus propios astros, misterios estelares, cometas disparados como balas -de ternura- desde el corazón. En ellos, Rosa María, están los besos. No tienes necesidad de buscarlos. Incluso cuando la autora no escribe esa palabra, los sientes (repito, de nuevo, el verbo esencial: sentir). Están también los abrazos, aromas, sensaciones, pero está sobre todo la piel: el órgano -permítanme la horrísona esdrújula- más profundo del ser humano. La poesía, como el amor, se siente en la piel o no es poesía. No lo consiguen todos los poetas. Quizá porque la poesía no es un oficio asentado en la perseverancia o la voluntad, como la prosa, sino inspiración de musas y fonemas. Digo fonemas porque los versos de Rosa María tienen ruido, música hermosa que nos toca el corazón, no los oídos. Su ritmo es plenamente lírico, encabalgado, melódico, no incierto o desestruturado. Guarda, como las olas, el sabor del mar (del amar) y de su espuma. Xosé Carlos Caneiro.