Cantar la vida es un largo viaje, sin prisas. Durante trece años estos poemas me acompañaron por islas y desiertos, y han crecido conmigo hasta llegar aquí. En el cauce que son, riadas y sequías dieron forma al amor que albergan y al desgaste, son himno de la erosión que soy: una crónica desnuda de sucesos en mi vida que jamás olvidaré y que conforman mi manera de andar, los lugares en que se goza mi mirada. Hay entre estas líneas cumbres y cielos y un camino, conmoción a menudo del hombre que evoca la luz de sus edades, paisajes en la niebla donde siempre regresa el corazón cansado.