Washington Irving, desde su infancia, estuvo enamorado de la mítica Granada, la bella ciudad donde moros y cristianos compariteron historias, amores y luchas. Durante su estancia en España, entre 1826 y 1829, y después de un viaje por Andalucía escribiría esta deliciosa obra, recogiendo cuentos y leyendas tradicionales españoles que versaban sobre un pasado ya lejano y con una visión romántica de aquel paraíso andalusí que fue la Alhambra granadina.