No es difícil hacer feliz a un niño, basta con llevarle a un McDonald s o dejarle jugar con la PlayStation todo lo que quiera. Eso le hará feliz (ahora), pero ese no es nuestro cometido: es mucho más importante equiparle con las herramientas necesarias para desarrollar una vida plena y completa. Y para ello hay dos ingredientes muy simples, unos principios universales. Todos los grandes autores orientales, la literatura clásica y los libros religiosos más importantes señalan las cualidades atemporales de la buena educación.