La caravana emprendió al descenso de a montaña que duró semanas, hasta que llegamos al desierto. Nos quedamos extrañados: el desierto se extendía, infinito, ante nosotros. Apenas podíamos ver la otra montaña por lo lejos que se encontraba. Me asombró el engaño visual y me convencí de que pasarían semanas y semanas antes de llegar a la otra montaña, en cuya cima se encontraban las tierras de Gabal.