Un hotel es un lugar de paso. La literatura, la mayoría de las veces, también es un lugar de paso. Lo único que diferencia a un libro de una habitación de hotel, sin embargo, es que aunque esté ambientado en lugares lejanos e inaccesibles, a él podemos regresar cuando se nos antoje. Podemos verlo deshecho, podemos restregarnos contra las sábanas de sus camas en las que otros durmieron y a los que olemos, y lamemos, y sentimos —otra vez— muy nuestros, aunque sólo sean ficción. Yo, que he abierto esa habitación y me he quedado a dormir en ella, puedo decíroslo. Lo que vais a leer no es una memoria cualquiera. Lo que vais a sentir no es un beso cualquiera. Lo que vais a hacer es mancharos de por vida de la dulce y maravillosa saliva de una poeta a la que amo.