La sociedad israelí aún no ha decidido si su país es el resultado de una promesa divina o de una votación ajustadísima en la ONU, si quiere la guerra o la paz, si prefiere decantarse hacia el laicismo indiferente de Tel Aviv o hacia el fervor religioso de Jerusalén. Un conflicto existencial que ha devastado a los palestinos y mantiene en permanente inestabilidad la región más delicada del planeta.