MARCIAL RUBIO ÁRQUEZ, ADRIAN J. SÁEZ (EDS.)
Ni Venus ni Pigmalión sabían bien la que estaban armando cuando entre los dos dieron vida a la estatua de una mujer más hermosa que ninguna, historia canonizada por las Metamorfosis de Ovidio. Y es que el “efecto Pigmaliónö examinado por Stoichita (2008) es el mito del fundador del simulacro y repercute en toda la historia de la representación, porque la estatua procede de la imaginación del artista sin modelo alguno y la animación procede únicamente del pouvoir des mots, et des mots seuls, amen de que esta vez los dioses tratan con benevolencia una pasión erótica un tanto malsana (9-17), frente a la crueldad de la que hacen gala en otros casos. Así, el mito de Pigmalión gana una rgan potencia significativa como emblema artístico, ya que canoniza a la par el poder del arte y la fuerza de la palabra. De hecho, siguiendo a León Battista Alberti (De pintura, 1435 y 1540), se puede confrontar justamente a Narciso y Pigmalión como símbolos respectivos de la pintura y la escultura. Si a todo eso se le suma el amplio eco del mito pigmaloniano en la poesía, no podría haber un mejor padrino para esta colección poético-escultórica.