La atmósfera del libro, impregnada del hechizo que produce la acción de nevar y los tonos blancos, va llevando al yo lírico al completo ensimismamiento y a un estado entre la vigilia y el sueño, ya que la nieve, en palabras de Menchu Gutiérrez, pone a dormir una parte de nosotros y despierta otra , además de provocar hondas sensaciones estéticas durante su contemplación. Todo parece estar envuelto en un letargo y recogimiento, en una lentitud apacible donde hasta los pájaros se hacen lentos y el poeta acaba encontrándose en paz, como Santoka cuando escribe su célebre haiku: