¡Un violento western de ciencia-ficción! Habían abandonado hacía mucho las carreteras y pistas que comunicaban la colonia con las granjas y los asentamientos cercanos. La vegetación era todavía más escasa, como huesos descarnados, árboles raquíticos modelados en yeso para falsar un pasado fértil. El sol creaba inmensos mares inexistentes en la llanura y les arrancaba guiños dorados. Hacía la tarde alcanzaron el llamado malpaís de McMurdo y Cruz detuvo el deslizar. Claire To estiró las piernas, bostezó, y contempló el paisaje volcánico, barrancos y desfiladeros en los que silbaba un viento ardiente, roca negra y quebrada, la misma entreña del planeta expuesta, hundida y vuelta a exponer, grietas profundas que habían albergado fuegos y fumarolas durante siglos y en las que ahora nada creía, nada arraigaba, ni las variedades más feroces del liquen de laboratorio, y en las que los largartos se internaban para morir y crear osarios secretos.
