El cuerpo oculta y revela a la persona, la encierra en sus límites y la desborda en sus anhelos. A lo largo de la existencia terrena, el ser humano va experimentando gracias a su cuerpo el dinamismo de la vida: sin duda vive en la carne, pero no es sólo carne. La fe cristiana ofrece una original manera de entender esta paradoja cuando, sin subordinar lo humano a lo espiritual, invita a descubrir en el ámbito simbólico de la liturgia que el cuerpo está llamado a transfigurarse. La inseparable unión entre carne y espíritu recuerda que el cuerpo destinado a la muerte tiene como vocación y horizonte de esperanza la resurrección.