Como ese nadador esforzado, desesperado, exhausto, que lucha por su vida para llegar a una orilla que le permita ser náufrago y dejar de ser pez mutante que fluye por las aguas, así aparece Miguel González Martos en este poemario. En el fluir de estos poemas, el agua simboliza el tiempo universal, y también el discurrir de nuestras pequeñas historias, de nuestras vidas personales, en un juego muy machadiano donde el mar es omnipresente, como final del discurrir del río de Jorge Manrique, como el desenlace del binomio espacio-tiempo de Kant. Aquí late lo efímero del presente, lo fugaz, lo instantáneo de cada fotograma de nuestra existencia. El tic tac de la sangre, ese reloj interno y personal que marca nuestro discurrir por este andar aquí ante nuestros miedos, entre nuestras angustias, a base de nuestras rutinas, palpitando el ahora. Miguel nos deja estos poemas que cuentan y cantan con palabras comunes cómo se puede caminar vivo en este viaje temporal, navegando con dignidad y con la esperanza que nos regala el amor, que es la única luz capaz de engendrar la maravilla.
