¿Cómo es posible que su perro se siente con toda parsimonia cuando usted le está pidiendo precisamente que acuda a toda prisa? ¿Por qué ladra todavía más fuerte cuando usted le dice que deje de hacerlo («calla, calla, ¡CÁLLATE!»)? ¿Por qué será que le mira con esa cara de sufrida resignación cuando usted le está felicitando con efusivos abrazos? Para Patricia B. McConnell, etóloga especialista en comportamiento canino con más de veinticinco años de experiencia, la razón es muy simple: nosotros actuamos como primates y nuestros perros como cánidos (que al fin y al cabo es lo que somos, unos y otros). Hablamos con códigos diferentes e interpretamos los signos del otro sin ni siquiera sospechar todo lo que se llega a perder en la traducción. Y quizás su perro no es que sea desobediente, sino que no tiene ni la más remota idea de lo que usted le está pidiendo.
