El Almirantazgo castellano surge en un momento que constituye una encrucijada histórica, cuando se produce un verdadero despliegue institucional que va a dar lugar al nacimiento de oficios análogos en la mayor parte de las grandes monarquía europeas, y no cabe duda de que fue Fernando III el primero que apreció claramente la necesidad y las posibilidades de una Marina de guerra, sentando los cimientos de su desarrollo posterior. Sin embargo, sería su hijo Alfonso X quien prestara atención a los problemas organizativos e institucionales de la nueva dignidad, y no cabe duda de que conocía los modelos existentes en las grandes potencias navales a la hora de dotarla de una plena caracterización institucional. Desde la entronización de la dinastía Trastámara va a tener lugar la aparición de un nuevo Almirantazgo de Castilla, en el que sus titulares hubieron de vencer grandes dificultades para conseguir que las antiguas facultades jurisdiccionales fueran reconocidas, a pesar de las frases grandilocuentes de sus nombramientos, simples cláusulas de estilo, al tiempo que alcanzarían la plenitud como caudillos militares convirtiendo a Castilla en gran potencia naval. Este proceso culminaría en el momento en que los Enríquez, señores de Medina de Ríoseco convirtieron al Almirantazgo en mera dignidad cortesana, transmitiendo a sus descendientes el oficio como si de un bien vinculado se tratara.