Otra vez la poesía como indagación introspectiva, como balanza y prueba del carácter efímero de todo (y de todos). Otra vez el amor (y el desamor y el sexo) como termómetros nada confiables a la hora de medir nuestros afectos verdaderos. La estatua (la piedra) como metáfora de la eternidad ante el volátil paso del poeta y de la poesía, del hombre y de la vida. Este es un poemario de hondas raíces filosóficas, una poesía de poliédrica circularidad para que el poeta (y el lector) se encuentren una y otra vez llegando al mismo punto (o saliendo de él), en ese juego de ruinas circulares tan caro a Borges, laberíntico en todos los sentidos. Alexis Díaz-Pimienta vuelve al juego de máscaras de la poesía, a la mala música de las preocupaciones ontológicas, a usar las palabras como atemporales daguerrotipos para captarlo todo, pero esta vez deteniéndose en las estatuas y monumentos de una ciudad sin nombre que es todas las ciudades (La Habana, Roma, Madrid, Almería, Sevilla). Como dice el poeta: Atención, transeúntes./ Mirad a las estatuas de reojo. / Evitad que se inmiscuyan / en sus conversaciones [. . .] Solo mirando a los ojos/ de esos cuerpos de piedra,/ solo mirándolas de frente, y fijo, / estaremos a salvo de nuestras perversiones. El deseo sexual de las estatuas fue finalista en el Premio Nacional de Poesía José Zorrilla, en 2013.
