La obra poética del diplomático brasileño Alberto da Costa (Sao Paulo, 1932) ha acabado por imponerse como una de las más definitivas en el brillante panorama de la poesía en lengua portuguesa del último medio siglo. En poco más de cien poemas repartidos a lo largo de cinco décadas (y publicados en tres continentes distintos) da Costa e Silva ha construido en silencio, de manera discreta, un edificio soberbio, de clásicas hechuras, asentado sobre sólidos cimientos: acendrada exigencia formal, contención expresiva, tono elegíaco pero nunca doliente, sobriedad, esencialidad, alejamiento de toda estridencia, conciencia de la tradición pero también del valor significativo de la palabra viva. Cimientos que sustentan un eterno retorno al tema, si bien se piensa, único de la Poesía: la infancia devenida memoria. Cualidades por las que la obra de Da Costa acaba confluyendo con ciertos veneros de la propia lírica de su lengua que corren por encima de las fronteras nacionales y abren sugerentes e inagotables caminos.