En el sistema capitalista, la deuda no es, en principio, un asunto contable, una relación económica, sino una relación política de sujeción y servidumbre. Infinita, inexpiable, impagable, sirve para disciplinar a los pueblos, imponer reformas estructurales, justificar ajustes autoritarios, e incluso suspender la democracia en beneficio de «gobiernos técnicos» subordinados a los intereses del capital.