Entre locura y genialidad por un lado, y la necesidad de sobrevivir por otro, se mueve el relato de este Juan razón Rapaz, cuya vida parece el desarrollo determinista de su nombre y apellido: del primero, la ambigüedad entre demencia e ingenio, del segundo, la mera supervivencia. Así, muertos sus padres siendo aún joven, tratará de salir adelante, sin dinero, gracias a los guisos de una estrambótica vecina, el trueque con un tendero escaso de escrúpulos y alquilando apenas una habitación. Todo con un solo objetivo: licenciarse en Arquitectura, sin jamás llegar a conseguirlo. Tras semejante frustración irá por ahí, a la deriva, enrolándose en diversas causas a cual más absurda y disparatada, como asistir a una incongruente terapia del amor, convertirse a la secta "sanavista" y acabando en un sanatorio en el que un psiquiatra, queriendo ver en él a un artista potencial, lo animará a pintar, cosa que llegará a realizar hasta conseguir distinguir los colores por el olfato. Su propio final resultará tan absurdo como lo fuera toda su vida.