Uno de los cirujanos más famosos del país durante la segunda mitad del siglo XIX, el doctor Velasco, pierde a Conchita, su jovencísima hija, víctima de unas fiebres tifoideas. La muerte resulta dramática, pero no es algo extraordinario. Sí lo es, y mucho, lo que seguidamente acontece: once años después de ser enterrada, el doctor exhuma su cadáver, lo traslada a su casa-museo, lo momifica, lo viste y maquilla, lo deposita en una urna y conversa de forma cotidiana con la momia, como si los años de ausencia hubieran sido solo un mal sueño. Tiempo después, la leyenda echa a andar; y crece, y se transforma, incorporando elementos puramente ficticios a cuál más extravagante y macabro.