Es obvio decir que “Luminariasö no es un diario, y así lo deja claro el autor nada más comenzar, advirtiendo que el registro de la realidad que se le presupone a este tipo de obra deja paso a su opuesto, a un inventario deslavazado de lo irreal, lo imposible y las grietas del vivir que ha frustrado sus ansias de autoconocimiento (Escribirlo es perseguirse y leerlo es encontrarse con quien no eres). La denominación de “cuadernoö es quizá la ideal, por su rotunda y un tanto desconsolada definición. En cualquier caso es parte esencial de la generosidad, no sólo poética, de Miguel Ángel Curiel, el ofrecer siempre al lector las claves por las que orientarse entre una palabra tan reciente a lo convencional. Así, respecto a la técnica fragmentaria, de hilos sueltos que caracteriza a la obra, revela que es un oficio que se ha convertido en su propia paradoja: lo inconexo busca crear una sensación de totalidad pero a la vez es aniquilación del lenguaje, un afán de desposeerlo, y desposeerse con él, donde la esencialidad se ha tensado hasta el vértigo de la desaparición.