El mundo sólo existe cuando está siendo leído, aquí y ahora, por alguien. Por su parte, el que lo lee sólo se realiza también como tal en la misma lectura. Mientras existimos, no paramos de leer el mundo y otorgar un significado a todo cuanto se nos dice en él. Lo hacemos totalmente enfrascados en su lectura, hojeando de manera anhelante, volcados anticipadamente sobre lo que vendrá en las páginas siguientes y hojeando también hacia atrás, volviendo sobre lo leído, que tal vez adquiera así otro significado gracias a que las palabras se recuerdan las unas a las otras. Pero nos engañamos también a nosotros mismos cuando, metidos en esa lectura, nos creemos a solas con el mundo, rodeados del entorno familiar de lo habitado, como frente a un espejo en el que nos miramos. Nuestra lectura del mundo es también inevitablemente compartida, conversada, discutida con otros lectores que ya lo han leído y lo leen con nosotros.
