España ejerce un magnetismo especial en las distintas vertientes judías esparcidas por el mundo que se disponen a un nuevo emprendimiento migratorio. Su presente cosmopolita alienta expectativas de tolerancia y comprensión. Así, los sefardíes que durante siglos la cultivaron como su madre patria, presienten que pueden retomar el fructífero camino interrumpido en tiempos de oscurantismo medieval. La sociedad argentina del siglo pasado llenó de aspiraciones y sueños a los descendientes de los que huyeron de los horrores de la vieja Europa. Creyeron encontrar allí su tierra prometida. Nuevas barbaries y crisis económicas crearon las condiciones para volver sobre los pasos de sus abuelos y también eligen instalarse en la península. Los bagajes culturales acumulados posibilitan realizaciones, pero también concretan distancias. Las aparentes convergencias se trastocan en diferencias que en los primeros encuentros de los provenientes de multifacéticos caminos de diáspora dejan más heridas que romances. La persistencia en la búsqueda de un destino común hace que nuevos contingentes generacionales vuelvan a intentarlo y a contradecir las actuales tendencias de no poder imaginar historias con final feliz.