El pintor español Eduardo Arroyo nos narra escenas aisladas de su vida en las que sus compañeros de viaje y él mismo, semiocultos con sus máscaras, antifaces y travestismos, comparten espacios de soledad y compañía. «Robinson Crusoe marcó mi vida de forma definitiva y me indicó tanto el buen como el mal camino. El bueno: la delicia de estar solo. El malo: el no estar acompañado.»