La sociedad española, heredera del prejuicio que no admite disidencia o heterodoxia alguna en autores consagrados, sigue percibiendo a escritores como Josep Pla, Joan Oliver, Joan Margarit o Pere Gimferrer como si de veras hubiesen sido siempre canónicos: personas dóciles y obedientes. Para el autor, en cambio, las mejores páginas de todos ellos contienen una rebeldía intraburguesa estimulante y transgresora.