Antonio Muñoz Molina nos asoma a una Córdoba a lomos de las monturas musulmanas que traspasaron las murallas. Un paisaje literario en el que la penumbra de la mezquita, el resplandor de oro de los mosaicos y la Judería conviven con el blanco encalado de las casas de barrio, testigos de un tiempo culto y refinado que convirtió la ciudad en capital de Occidente.