Cuando Rilke emprendió su viaje por España, no había oído hablar de Ronda, donde llegó casi por casualidad. Se sintió abrumado por la majestuosidad del paisaje y decidió quedarse por un tiempo; al final, estuvo allí desde diciembre de 1912 hasta febrero de 1913. Aprovechó el anonimato -un turista extranjero en un hotel prácticamente vacío - para realizar un ejercicio de introspección y plantearse intensamente la dirección que habría de tomar su obra, y tuvo un brote de creatividad. Ronda, por lo tanto, podría considerarse un lugar de descanso, un periodo de tregua en el peregrinaje -a menudo atormentado- de Rilke por los países de Europa, y una íntima experiencia de un paisaje cuyas características numinosas tuvieron una profunda resonancia en su interior.