La emigración de los habitantes de al-Andalus, ya sea motivada por problemas políticos o económicos internos, ya sea por la paulatina disminución de su territorio hasta su final desaparición tras la conquista de Granada (1492), tuvo lugar durante un largo período de tiempo: desde el siglo IX hasta la expulsión de los moriscos a comienzos del siglo XVII. Los diversos desplazamientos de la población andalusí se produjeron en dos direcciones: una, hacia los territorios cristianos del norte de la península Ibérica según descienden las fronteras políticas hacia el sur y, otra, hacia los territorios islámicos de la costa sur del Mediterráneo y del Oriente Medio. Por ello, los fenómenos relacionados con la diáspora andalusí constituyen un campo de estudio fascinante para los intercambios culturales. Los andalusíes fueron transmisores culturales de sur a norte y de norte a sur, ya que algunos grupos, como el de los moriscos, viviría primero más de un siglo en territorio cristiano, antes de ser expulsados e instalarse, en su mayoría, en el norte de África. En el legado andalusí depositado por esta diáspora, se encuentran algunos de los principales factores comunes de ambas orillas del Mediterráneo Occidental.