AA.VV
En las primeras décadas del siglo XVI Sevilla acoge a una selecta minoría eclesiástica que se caracteriza, especialmente, por su notable nivel cultural y por su fecunda labor de mecenazgo. La distinguida nómina empieza por el protonotario apostólico y arcediano de Reina, Rodrigo Fernández de Santaella, traductor del Libro de Marco Polo al castellano, y compositor. Una vez fallecido Maese Rodrigo, el cabildo sevillano siguió contando con importantes figuras como Baltasar del Río, Jerónimo Pinelo, Cristóbal de los Ríos o Diego López de Cortesana entre otros, siendo este último el más interesante desde el punto de vista literario. Instalado en Sevilla a comienzos de la década de los ochenta del siglo XV, este canónigo y ardediano de la catedral, fiscal y secretario de la Santa Inquisición y capellán de la Reina, sufre un incidente burocrático que le obligaría a abandonar su cargo de inquisidor, lo que favoreció su dedicación al cultivo de las letras; acometiendo diversas tareas de importancia, a pesar de su edad avanzada; y mostrando especial curiosidad por las obras de los grandes humanistas (Erasmo, Beroaldo o Piccolomini).