Antes de iniciar la escritura de sus diarios, Tarkovski se preocupó de elegir un título que les diera sentido. Así, en la primera página dibujó la palabra Martirologio. Cuando en 1970 comenzó a escribirlos, aún no había podido estrenarse Andréi Rubliov, terminada en 1966. Las páginas de sus confesiones muestran las ilusiones, expectativas e inmensas decepciones del artista, a la vez que testimonian la lucha que sostuvo para alcanzar sus objetivos artísticos y, en el fondo, sus metas morales. Constituyen a la vez la crónica de las lecturas y reflexiones de un cineasta que, a fuerza de sentir y pensar su tiempo, se ha convertido en uno de los grandes intelectuales rusos de la cultura europea actual.
