Porque lo poético no es responder sino hacerse preguntas, buscan estos versos extraer esa exquisita verdad que se envuelve entre lo imperceptible, invocar las cenizas irreales del pensamiento que resuenan en nuestra conciencia, esas semillas robadas al oráculo de lo increado que ocultan hechuras imposibles. Un lejano esplendor en los abismos de un despreocupado universo. Elocuentes epigramas que nos revelan aquello que la evidencia nos enmascara, con esa habilidad transitiva de intuir el porqué de lo imperceptible, atravesando las vicisitudes de la oscuridad creadora. El pensamiento como poética, cristalizado en la trascendencia iluminadora de la palabra. Una voz que a lo largo del texto se mantiene siempre próxima al enigma, pero empapada en cercana afectividad. Con ritmo medular y cultivados rasgos, el autor nos transporta a un espacio exclusivo donde resuena el lenguaje de lo extraordinario. Un itinerario lírico en el que el pensar germina, accediendo a los confines del sentido en un estallido de ideas logradamente en sueltas en la forma. Una suerte de iluminador acarreo que libera las pasiones de la inteligencia zarandeada bajo el peso de una ebria impotencia. Estos poemas pues, nos invitan a un ejercicio fecundo de aprender a ser con aquello que del infinito trae causa, en una Intuición proteica que propicia el decantar del poso fértil que lo inconcebible nos tiene vedado. Ciega flor en pos de su refugio.
