Pocos poetas han sido tan leídos, incomprendidos y hasta mal interpretados como Khayyam. ¿Quién fue, en realidad?
Muchos, que tienen en cuenta solamente su exaltación del vino y su culto a la mujer, como medio de evasión, y su manifiesta incredulidad, no dudan en catalogarlo como borracho libertino, irresponsable y ateo; pero hay motivos para pensar que esta opinión dista mucho de ser acertada.
En cuanto al vino, su lucidez y su visión de la realidad no pueden ser una consecuencia o subproducto del alcohol; su culto a la mujer podría considerarse no como erotismo, sino como la búsqueda de un amor complementario. En cuanto a su incredulidad, deberíamos verla, más bien, como indicio de un agnosticismo respetuoso, consecuencia de su mentalidad racional. No olvidemos que era un científico y, por consiguiente, es lógico que tuviese un concepto de la divinidad completamente distinto del que adquieren quienes se alimentan exclusivamente de los libros sagrados.
Éste es el Khayyam tan loado como denostado, y sobre todo incomprendido, por ser incomprensible para quienes, fieles a su ortodoxia, rechazan la antítesis aparente de sus manifestaciones.
