El suicidio, concebido durante muchos siglos, como un ejercicio de libertad, queda reducido, a la luz de la psiquiatría, a la mera patología mental. Sin embargo, tal reducción supone la simplificación de uno de los aspectos más decisivos de la experiencia humana: el dolor. Este ensayo da cuenta, con delicadeza y hondura, de nuestra condición como seres humanos; de las distintas formas de nuestra fragilidad.