Durante la función de la vida, no hay un guión que no se improvise. Cuando se levanta el telón de las pasiones, cada cual se procura un palco de primera haciendo de su imaginación el único escenario factible, donde la ovación final se alce sobre las dificultades, y sea posible. No hay mayor blasfemia que la de mancillar las caderas cubriéndolas con telas de miedo, ni límite que pueda restringir la insolencia de quien se viste de conocimiento. No puede darse belleza que en equilibrio con la verdad no haga de la sensualidad su método, ni existe peor pudor que el de permanecer ante la calidez, siendo hielo. No cabe sutileza más nítida que la de pasearse desnuda de prejuicios ante los rebuznos del pueblo, ni erotismo más elevado que el de insinuar la piel bajo la trama de la que se viste el deseo.
