¿A qué se debe la fascinación que Charles Citrine todavía siente por su difunto amigo Von Humboldt Fleisher, un extraordinario poeta, de obra escasa y notoriedad pública prácticamente inexistente? La única explicación tal vez se remita a que la cantidad de personas que se toman en serio el Arte y el Pensamiento en Estados Unidos es tan reducida que incluso aquellas que no llegaron a nada son inolvidables. se es un motivo de auténtico peso para Citrine, un escritor que vive de un antiguo éxito, y al que le cuesta congeniar a los Platón, Rudolf Steiner y Walt Whitman que pueblan su mente con los matones de poca monta, las sangrantes demandas de divorcio y las amantes demasiado jóvenes que complican su vida real.