215 pp. El primer día va hacia Pollensa. Las rocas del litoral presentan cortes profundos porque están eólicamente talladas. Una poda bravía ha dejado mancos a los vigorosos plátanos de Indias. Una crepitación de florecillas amarillas entre el césped omnipresente parece una oleada rubia. Un viento mesurado arranca movimientos lánguidos a las palmeras. La costa es un continuo acantilado hosco, intratable, desafiante. En el puerto deportivo, la inmensidad de los palos mayores desnudos, sin las velas desplegadas, parece un bosque marino.Ya de regreso a Laval se asoma a su terracita del hotel Palas Atenea. Mira el Paseo Marítimo y el mar propincuo que desde su observatorio parece un diminuto lago de fronteras extrañas: por tres de sus linderos limita con hileras de yates que conforman una frontera blanca, y por el lindero interior limita con los vehículos estacionados en batería.